El
Estado peruano, desde su fundación como república independiente, ha sido un
país con una predisposición peculiar a corromperse. Resulta complicado definir
si el Estado existió antes que las primeras manifestaciones de corrupción, o si
el ejercicio propio de actos de corrupción fueron los que determinaron la
fundación de un Estado al servicio de los grupos de poder político o económico,
de los grupos vinculados a actividades ilícitas o de una sociedad predispuesta a
la manipulación de todos (o algunos) de estos grupos. No se tiene noción
entonces de cuándo se manifiestan los primeros atisbos de un Perú corrupto.
En
su libro Historia de la corrupción, Alfonzo Quiroz documenta actos vinculados a
prácticas corruptas desde 1750, donde adjudica el fracaso de las reformas
coloniales a las instituciones gubernamentales que se organizaban a partir de
prácticas ilícitas. Éstas iban desde el robo de las arcas del Virreinato hasta
la posterior manipulación de cifras para justificar el desbalance, hecho que no
solo representaba un acto de corrupción, sino que instituía dicha acción como
parte de la estructura orgánica de los gobiernos locales, regionales y
virreinales.
Alfonzo Quiroz, hace un repaso de la corrupción a lo largo de la historia y documenta cómo esta se fue apoderando del país. |
Por
su parte, José Matos Mar, en su libro Desborde Social y crisis del Estado,
explica cómo es que a partir de la inasistencia e inexistencia del Estado en
las zonas más alejadas del Perú -centralismo que es también herencia colonial,
en palabras de Julio Cotler- origina una migración interna carente de
planificación e infraestructura. Esta sobre población crece descontrolada y
desordenada con necesidad de autorregulación (autogobierno) por un limitado
alcance de gobierno y Estado. Política, economía, salud y vivienda improvisados
por una nueva sociedad en crecimiento, con sus propias reglas de juego, donde
la informalidad -sumada a un Estado incapaz- se convertiría de a pocos en
corrupción generalizada.
El
doctor Artidoro Cáceres Lebreton, Director de Psiquiatría de la Clínica Delgado
aborda la corrupción en nuestro país a partir de cifras mundiales, patrones de
comportamiento humano que podrían explicar la corrupción como un fenómeno que
crece proporcionalmente a la población.
Cáceres
resalta algunos datos del libro Neurología de la Maldad, investigación
realizada por homólogo español Adolfo Tobeña. Este estudio, que se centra en la
predisposición biológica del comportamiento amoral, se ha nutrido de los
archivos judiciales de alta criminalidad a nivel mundial, determina que entre
el 1 y 1.5% de la población mundial es psicópata.
Libro producto del estudio de casos de crímenes cometidos alrededor del mundo. Tobeña traslada cifras que guardan relación muy cercana con las demás fuentes consultadas. |
Estas
cifras quieren decir que por lo menos una de cada 100 personas que conocemos,
es un peligro potencial o latente, teniendo en cuenta que un psicópata, por
definición del Manual de Clasificación y Estadística de Enfermedades de la OMS,
es capaz de cualquier cosa por obtener lo que quiere. El psicópata busca
desbaratar los cimientos del edificio moral del comportamiento humano en donde
la regla de oro cooperadora (vocación de cooperación entre los seres humanos),
es simplemente inexistente.
En el Manual de Psicopatología (2014) de la
Universidad de Granada se determina que la mitad de los delitos cometidos en el
mundo corresponden a clanes criminales familiares, los cuales, a la vez,
constituyen el 5% de la población mundial. Entre las familias dedicadas a
alguna actividad criminal, el 60% lo hace por factor hereditario y el 40% por
condicionamiento cultural (entorno). Esta cifra no discrimina etnia y funciona
de igual modo en ambos sexos.
Manual editado en el año 2014 en la Universidad de Granada que ofrece datos y cifras que intentan explicar la constante predisposición de las sociedades hacia la criminalidad. |
Asimismo,
Tobeña en su libro ofrece algunas cifras aún más reveladoras. El psiquiatra
español, luego de tomar muestras representativas de latitudes diversas y
disímiles, concluye que, en el mejor de los casos, solo el 30% de la población
mundial es absolutamente incorruptible, mientras que el 70% restante estaría
dispuesto a hacer alguna actividad que lo beneficie directamente a cambio de
dinero, amistad, poder o sexo ; actividad que depende del estímulo a cambio o
del condicionamiento moral de cada individuo.
Cuadro
que clasifica a 180 países alrededor del mundo con sus niveles de corrupción.
Perú se encuentra al mismo nivel de Brasil, Panamá y Tailandia, una
calificación que no lo lleva al nivel de Venezuela o Somalia pero que lo
muestra con un alto nivel de corrupción.
El
filósofo Fernando Savater aterriza una definición de corrupción más cercana a
lo que se tiene visible en materia política, económica y social actual, sin
dejar de lado el antecedente antropológico: “La corrupción consiste en aprovechar
la preeminencia social que otorga un cargo público en beneficio propio
-personal o partidista- en lugar del servicio a la comunidad, desvío tan
antiguo como la existencia de jerarquías y privilegios en las agrupaciones
humanas”.
De
acuerdo con Savater la corrupción sería inherente a los grupos humanos, donde
los corruptos tienen como ley moral aprovecharse de todo lo que puedan, así sea
poco. Algo así como una ley moral de Kant, pero a la inversa: es decir, el
corrupto obra solo de manera que el accionar propio no pueda tornarse en ley
universal. Si todos robaran, no me beneficiaría robar.
Tomando
en cuenta que las personas vivimos en sociedad, la socióloga Natalia Bolaños
Checa refiere a teorías de Macionis y Plummer, donde la corrupción es una
conducta desviada determinada por el contexto social, el cual define cuáles
conductas son desviadas y cuáles no, y depende de las pautas culturales
específicas a cada sociedad. La realidad social se construye y reconstruye cada
día a través de prácticas y valores cristalizados en las interacciones cara a
cara. Esta cotidianidad refleja las normas sociales actuales y da lugar a la
potencial y progresiva institucionalización de prácticas, tales como el
aprovechamiento, el escatimaje o -en general- la corrupción. “Roba pero hace
obra,” por ejemplo, muestra la aceptación de corrupción en nuestro país, sentencia Bolaños.
La
corrupción en consecuencia podría ser parte de una patología social, en donde
los individuos que la acogen como medio de vida pueden haber tenido como
detonante su propia carga genética, o su entorno . Aun cuando en el Perú la
corrupción parece haberse desbordado, este es un fenómeno creciente a nivel
mundial que se adjudica con frecuencia a la falta de valores, aun cuando los
valores existen y lo que probablemente se produce es la falta de
interiorización de dichos valores a nivel individual y que luego terminan por
influir o normalizar conductas erráticas colectivas.